Todas las semanas afianzo más mi teoría: Hacer la compra de la semana se ha convertido en un ejercicio tortuoso para el venezolano.
Cada golpe al presupuesto se siente tanto o más que un derechazo de Mayweather. La semana pasada, un cartón de huevos costaba 26.000 Bolívares. Ayer cuando fui al súper, habían subido a treinta mil.
Treinta mil bolívares, o lo que hace nueve años hubiese sido treinta millones de bolívares. Creo que no hay mejor metáfora de nuestra decadencia que esa. En nueve años, lo que pudo haber sido un carro o un apartamento, hoy es un elemento de la cesta básica.
Por más que los personeros del régimen lo nieguen, la crisis se empeña en mostrar su cara más fea día tras día. Lo vemos cuando salimos a trabajar y encuentras personas buscando comida hasta en la basura; en el viacrucis de quien sufre de alguna enfermedad y no encuentra el medicamento que necesita. En el regreso de enfermedades que habían sido erradicadas hace más de veinte años.
Vamos para atrás y sin frenos.
En tiempos de protesta, el pueblo respondió. Salió a la calle sin miedo, pero a la marea de gente que calentó el asfalto le faltó soporte político. No fue que se retrasó, la acción política sencillamente no llegó. Quienes llamaron a la rebelión y desobediencia, no se dieron por aludidos. Al final del cuento, la cantidad de compromisos que existen entre factores del gobierno y factores de la oposición pesó más que las exigencias de la gente.
¿Y ahora? Todo el mundo saca cuentas. Del lado de allá negocian; del lado de acá cada día hay más preguntas. El hambre y las necesidades aumentan; el sueldo mínimo se queda pequeño al lado de un cartón de huevos que sigue subiendo.