Para nadie es un secreto que las relaciones son complicadas, pero la primera etapa definitivamente se lleva el premio.
El proceso de conocer a otra persona siempre es medio incómodo. Aparte, aunque no nos demos cuenta, operan en nosotros sentimientos y sensaciones que a veces no reconocemos. Entonces, es natural que en algún punto sintamos una especie de miedo que termina sacando a flote nuestras inseguridades.
Justamente ahí es donde tantas redes sociales y aplicaciones terminan por convertirnos en protagonistas de unos culebrones que fácilmente podríamos ver en la televisión.
No hay que ir muy lejos; todos tenemos un cuento.
Esta historia no empieza como las de antes. Mariana y Ricardo no se conocieron en persona, no conversaron e intercambiaron números; se encontraron en Tinder gracias a un match fortuito. Mientras texteaban en Whatsapp, Mariana lo buscó en Google; le averiguó la vida y milagros en Instagram, Facebook y cuanta red social pudo encontrar. Aquí es donde se empieza a complicar la trama.
Después de una revisión profunda de perfil empieza el seguimiento a cualquiera que pudiese poner en peligro cualquier avance. En esa espiral interminable, una foto puede dar pie a las historias más dramáticas que podamos imaginar. ¿Será la ex, una amiga o un cuadre de una noche? Para quien no esté entrenado, este proceso pudiese durar semanas, incluso meses… pero todo esto que cuento pasó antes de la primera cita.
Loco, ¿no?
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Mariana y Ricardo salieron varias veces; todo parecía estar sucediendo de forma normal. De repente, Ricardo desapareció. No fue víctima de un secuestro ni mucho menos; desapareció digitalmente.
Los mensajes de Whatsapp quedaban en visto, Mariana no pudo ver el perfil de Ricardo en Instagram porque estaba bloqueado y el álbum de fotos compartidas en Facebook dejó de existir. Mientras me echaba el cuento y se preguntaba qué había pasado, Mariana entró al appstore y descargó una aplicación de dudosa procedencia, de esas que prometen decirte quien te bloqueó en alguna red social y empezó a convertirse en un monstruo. Es ese fantasmeo el que hace surgir el loco digital que muchos han reprimido.
Te siguen, te dejan de seguir. Te bloquean, te desbloquean porque creen que nadie los ve y como se dan cuenta de que pudiste haber visto algo, te vuelven a bloquear. La relación terminó pero necesitan seguir enterados de lo que hace el otro, así que se entregan a la fantasía de ser agentes de la CIA.
Siguen a tus amigos, primos y todo aquel que sea cercano al individuo en cuestión. Si eres de los que le abre perfil al perro, ¿adivina quién tiene un nuevo seguidor? ¡Exactamente!
¿Que se les escape un like cuando andan en el stalkeo? ¡Imposible! Para eso abren cuentas falsas y te vigilan desde lejos. Aquí no vale armarse un perfil con nombre, apellido y foto porque no se trata de hacer catfishing, sino de información. Así que si después de haber terminado, te empieza a seguir una tienda de pulseras o algo por el estilo ¡ya sabes por donde van los tiros!
El dramón que acabo de describir no es un caso entre mil ni la trama de un capítulo de una serie juvenil. Es mucho más común de lo que pensamos.
En el mundo de las relaciones 2.0, en cualquier momento puedes ser víctima del ghosting, benching o zombing. En los tiempos que corren, los teléfonos celulares han reemplazado el contacto físico; aunque son propicios para mantener una comunicación más fluida, no favorecen las verdaderas relaciones humanas. Es por esto que los millennials son expertos en la crueldad romántica.
Gracias a las nuevas dinámicas sociales, posibilitadas a su vez por la tecnología, ciertas instancias tradicionales como cortar una relación se han vuelto sistemáticamente más despersonalizadas. Sherry Turkle, profesora de sociología del MIT aseguró en una reciente entrevista con el Huffington Post que «el ghosting es algo casi único del mundo online».
Según Turkle, «con las nuevas tecnologías nos hemos acostumbrado a deshacernos de la gente simplemente no respondiendo. Y eso empieza con los adolescentes, que crecen con la idea de que es posible que le envíen a alguien un mensaje de texto y que no reciban nada por respuesta». Cuando se trata a la gente como si pudiera ser ignorada, esta conducta empieza a ser socialmente aceptada y actuamos como personas que no han de tener sentimientos.
La tecnología definitivamente ha transformado la manera en que interactuamos. En un mundo donde más de 4,9 billones de personas tienen un teléfono inteligente, la posibilidad de una nueva relación podría estar al alcance de un clic.
Con estas estadísticas a mano, lo mínimo que podemos hacer es tratar de ser lo suficientemente maduros como para afrontar las consecuencias de nuestros actos.