Por: Carlos Flores @CarlosFloresX
Scott Weiland. Charlie Sheen. Uno, muerto. El otro, HIV positivo. Dos integrantes de mi panteón de héroes, que cada vez se queda más vacío. Ya había escrito un artículo sobre el anuncio de Charlie Sheen pero tuve que hacer un stop para replantear mis ideas. La muerte de Weiland fue otro trago amargo.
Siempre he sentido no sé si respeto pero ciertamente mucho interés hacia figuras autodestructivas. Escritores, cantantes, actores… quizás porque mi naturaleza es similar. No quiero establecer posturas hipócritas sobre lo bueno y lo malo. Todos sabemos la diferencia entre ambos. Scott y Charlie definitivamente lo sabían. Yo lo sé. Tú lo sabes.
En mi caso, tomé hace ya muchos años la decisión de vivir para poder escribir. No quería inventar personajes. Quería narrar lo que me pasaba, lo que pensaba… colocar en papel (cuando había papel) la mortificante aventura de estar presente en este planeta en un momento exacto. Creo que con Temporada Caníbal y Unisex lo hice. Y he aprovechado para agradecer la influencia de gigantes como Thompson, Ellis, Wolfe, Axl Rose y otros bárbaros contemporáneos. Y justamente Sheen y Weiland forman parte de mi gente favorita; esa que ha hecho lo que he ha venido en gana. Punto. Aquí debería añadir: y luego tuvieron que pagarlo caro… pero no lo haré. Eso es demasiado obvio, para ellos y para todos.
Charlie Sheen fue mi héroe en Wall Street y Platoon, ambas películas de Oliver Stone. Pero también recuerdo su pequeño cameo en Ferris Bueller’s Day Off, donde más o menos interpretaba a lo que él mismo sería en el futuro (el bad boy seductor capturado por la policía con drogas). Cada una de sus actuaciones fue perfecta. Un pro. Luego, sus aventuras y escándalos personales fueran tan explosivos que opacaron cualquier proeza en el campo de la actuación. Charlie se lanzó con todo al mundo del disfrute… los puritanos dirán que “se echó a perder”, “que era un dañado”, “un pervertido”… eso, todos los patrones autodestructivos juntos. Pero, lo que para muchos es autodestrucción, para los protagonistas es diversión dura: un estilo de vida.
Todas las veces que he caminado –saltado y arrastrado- por el lado salvaje, paso por lo que tal vez sentiría un acróbata que avanza por un cable sobre un precipicio… sí, podría morir, pero hay algo –locura tal vez- que lo lleva a disfrutar cada paso.
He tenido madrugadas horribles… días que parecen no tener fin; los excesos dejan de serlo y se convierten en lo regular, lo normal. Ahí, se torna todo peligroso y decadente. Caes en la vieja trampa de los vicios. Sexo, substancias, cuando las usas en proporciones que rayan en lo insólito, pierden todo aquello interesante que una vez te llevó a cruzar al Lado Oscuro de La Fuerza. Estás preso. No más risas. Aparece el miedo. La culpa.
Si quieren ver a Charlie Sheen en un episodio rastrero, bajo… solo busquen su entrevista con Piers Morgan en CNN en 2011. En ese momento lo habían despedido de su sitcom Two and a Half Men. Llegó casi a la hora del programa, acompañado por unas mujeres que, en caso de no ser prostitutas, parecían estudiantes de la profesión deseosas de graduarse con honores; un par de amigotes y medio borracho-medio drogado. El Charlie Sheen de esa entrevista estaba en un punto bajo, casi de humillación pública. El tipo se veía muy mal. Ya no era divertido escuchar sobre sus desnalgues y vida desenfrenada… daba algo de lástima y pena ajena. Estaba destruido. Y eso fue hace cuatro años. Por lo que no me sorprendió su anuncio de ser HIV positivo (algo así era de esperarse). Pero, nuevamente, verlo en la entrevista en The Today Show fue algo deprimente. No más fiestas. No más diversión… no más.
Y hace unos días Scott Weiland murió dormido. Jamás hubiera imaginado semejante final. Pensé que moría de al menos diez maneras, pero ¿mientras dormía?, no, nunca. Y menos mal que fue así… lo que yo imaginaba era totalmente terrorífico.
La ex esposa de Scott publicó una carta en Rolling Stone donde pedía que no se glorifique su tragedia. Y es que resulta muy difícil imaginar lo que significa estar en el entorno familiar, personal de gente como Sheen o Weiland. No es fácil. Lo digo por experiencia.
Scott Weiland es (fue), en resumen, todo lo que debe ser un frontman rockero. El líder de una banda, el vocalista… pocos pueden tener todas las características que lo conviertan en un ícono del rock… artísticamente, Scott fue un gigante. “La cosa es que, por desgracia, yo escribo las mejores canciones cuando estoy triste”, dijo alguna vez.
Lo que mucha gente no entiende es que hay ciertos procesos creativos (música, literatura, artes escénicas, etc) que producen instantes casi orgiásticos… para un músico, puede ser estar frente a su público… para mí es escribir un párrafo perfecto… y esos breves instantes son tan potentes, tan maravillosos, te elevan tanto que luego, cuando nada de eso está presente, la vida –o como quieran llamar a este viaje donde cada uno es protagonista- baja la velocidad y, si has logrado manejar un Ferrari, ¿por qué te debes sentir cómodo luego, manejando un Lada? Ahí es que cuando buscas la manera de sentirte siempre en el Ferrari… cosa que al final es imposible.
Charlie Sheen y Scott Weiland manejaron sus Ferrari tanto como pudieron… hasta que los destruyeron contra ese muro granítico que es la realidad. Pero seguirán siendo mis héroes porque al menos pasaron por el mundo como candentes fuerzas de la naturaleza… Scott ya no está pero algo me dice que todavía nos faltan más capítulos en la increíble-inestable-caótica-maravillosa-horrible vida de Charlie Sheen.
Rock and roll!