Las emociones son el motor detrás de todas las acciones de la humanidad. No importa el lugar o la tendencia del gobierno de turno, el miedo, la esperanza y el odio son las principales emociones que hacen girar el carrusel político.
El control emocional ha sido la herramienta preferida para subyugar las masas; pero hay un aspecto con el que estos titiriteros políticos no cuentan. Sigmund Freud define el odio como un estado del yo que desea destruir la fuente de su infelicidad. Para la psicología, es un sentimiento profundo y duradero; la expresión más intensa de animosidad, ira y hostilidad hacia una persona, grupo u objeto. Odiar pone en movimiento la parte más visceral y animal de la masa. El uso continuado de esta emoción como arma o herramienta de dominación convierte la aniquilación por arrase en una posibilidad real.
El régimen se encargó de sembrar la semilla del odio para atornillarse en el poder; pero estos tipos no contaban con lo difícil que sería amarrar las fieras después de haberles dado tan libre albedrío. Entonces ahora, cuando empiezan a cosechar el lado más feo de su siembra, pretenden ponerle coto con una Ley contra el Odio, la Intolerancia y por la Convivencia Pacífica.
Según ellos, la fulana ley pretende sancionar delitos de odio e intolerancia; pero los trece artículos del disfraz de ley que discute la ANC no son otra cosa sino un zarpazo a los pocos espacios donde aún podemos expresarnos.
La idea de sancionar a medios y redes sociales por «promocionar el odio» no es solo absurda; es una cacería sin sentido, pues para encontrar al verdadero culpable solo deben mirarse al espejo.