Westworld (1973) fue traducida en España como “Almas de hierro”; un título que nada tiene que ver con el original, pero cercano al espíritu que intentaban mostrar sus creadores aún con la tecnología disponible para la época.
Cuarenta y tres años después, con un desarrollo de la inteligencia artificial que nos permite pensar en la factibilidad del proyecto, Lisa Joy y Jonathan Nolan toman la idea original del largometraje y la transforman en una serie que cuestiona los elementos que nos definen como humanos: la conciencia, el alma y sobre todo, el libre albedrío.
En la ciencia ficción estos temas son recurrentes. Ejemplo clásico de ello es Ghost in the Shell (1995) –manga japonés de referencia obligatoria en el género–. En él, la Mayor Motoko Kusanagi, un cyborg que posee la conciencia de un humano, empieza a recordar ciertos elementos de su vida como humano; lo que causa ciertos conflictos que desencadenan el cuestionamiento de su existencia. Ese ghost que la historia va a definir como el atributo que permite desarrollar una autoconciencia y una individualidad es lo más próximo a la definición del alma.
Sin embargo, el cuestionamiento en Westworld no es solo a la máquina. La serie le permite al espectador desarrollar cierta empatía con los anfitriones, hasta que descubres que aquellos que creías humanos realmente son producto del desarrollo tecnológico planteado por Ford y Delos. Es precisamente allí donde una frase usada por Angela, uno de los anfitriones, cobra importancia: “Si no percibes la diferencia ¿acaso importa?”.
If you can’t tell the difference, what does it matter? #Westworld pic.twitter.com/FURVO8wdny
— Westworld (@WestworldHBO) March 16, 2018
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De allí que el espectador experimente desde su alma la conexión con ciertos anfitriones y el rechazo a algunos humanos. ¿Acaso no sentimos, aunque sea por momentos, un poco de empatía ante el deseo de libertad de los anfitriones? Es posible que consideremos involucrarnos sentimentalmente con ellos; pues a medida que avanza la serie nos damos cuenta que el juego del laberinto no es para ellos sino para los humanos.
De este modo, Westworld nos hace cuestionar nuestra alma. La conexión que desarrolla el espectador con las narrativas de los anfitriones nos aproxima al rol del titiritero que plantea el manga japonés: No para manejarlo a su conveniencia, sino para dotarlo de impresiones que espera desarrolle el androide para que consiga el mundo correcto.
Dolores, Maeve y Akecheta, nos han hecho desear una salida, pero no debemos olvidar nunca qué es lo real para ellos. El último de estos personajes se dio cuenta temprano y en una actitud casi budista entendió cómo funcionaba el mundo, su mundo.
Por otra parte, la consciencia de Ford se filtra como un virus. Demostrando que sigue a cargo del parque aunque Delos tenga el control. Incluso, habrá quienes crean que es él el verdadero “Puppet Master”. No obstante, recordemos lo mencionado en un principio: El cuestionamiento no es para la máquina sino para el humano; no precisamente el que visita el parque sino para el consumidor final de esta serie.
Antes de seguir, volvamos a Ghost in The Shell. Motoko tiene la capacidad de entrar en cualquier otro fichero de información y cambiar su código, lo que deja secuelas en el propio; de allí que no sea una actividad recomendada.
Esta capacidad de intervenir en bases de datos o en la narrativa de otros es un particularidad que solo pocos anfitriones han podido desarrollar. Ya hemos visto quienes lo han hecho en la serie y cómo Delos busca replicarla. Pero aquí es precisamente donde hay campo para la especulación: ¿Esa característica es parte del alma de estos individuos? ¿Qué tienen ellos de especial quienes logran desarrollarla? Podríamos acercarnos a la metáfora del sexto sentido de la robótica, pero eso sería atribuirle un rasgo humano; así que toca cuestionar de nuestro lado: ¿Es corruptible el alma?
Por ahora sólo nos toca esperar para ver cómo se replantea el eterno conflicto que no deja de estar presente en el género de ciencia ficción: ¿Qué tan difícil es aceptar la inteligencia artificial o el uso de partes mecánicas en el cuerpo humano para «mejorar su desempeño?.
Al final, una pregunta sigue siendo válida, bien sea que te la hagas en el Tokio postapocalíptico o en el cibernético lejano Oeste: ¿Si no puedes diferenciar a un humano de un cyborg, acaso importa?