En algún momento de nuestra historia como especie consumidora de series pasamos de ser observadores curiosos a hiperconsumidores; con apetitos más grandes que la cantidad de contenido disponible.
Ese cambio llegó de la mano con las plataformas de streaming que nos hicieron pasar de un capítulo a la semana a algo nunca antes visto: El ahora archiconocido binge watching. Con su llegada, nuestras noches pasaron de un solo capítulo a convertirse en un maratón eterno; después de todo, el menú de tu servicio de streaming favorito es muy parecido al de un servicio de buffet.
Después de pasar tanto tiempo en un buffet de series, nos volvimos codiciosos y atiborrarnos de contenido se hizo costumbre; el “Netflix and chill” se convirtió en parte de nuestro día a día, pero no somos completamente culpables. La oferta es simplemente irresistible y los ritmos de consumo cambiaron en masa; nadie quería quedarse fuera de la conversación sobre la última temporada de House of Cards o Orange is the New Black.
Sin embargo, hay plataformas que siguen apostando por la idea de presentar sus series una vez a la semana; de hecho una de las series más polarizantes del verano se rige por este precepto.
Euphoria fue la apuesta perfecta para continuar la seguidilla de series populares después del final de Game of Thrones. La serie de Sam Levinson combinó los poderes de una cinematografía colorida e impecable con una visión panorámica del mundo del vicio adolescente y una buena dosis de tramas emocionales y turbulentas.
A través de sus ocho capítulos, Levinson trabajó temas explícitos que generalmente no aparecen en televisión: Adicción a las drogas, abuso doméstico, pedofilia, depresión y los peligros del mundo digital. Por si eso fuese poco, Levinson no tuvo reparos en mostrar las consecuencias físicas y psicológicas que estas acciones generaron en sus personajes.
Hay una secuencia al final de la primera temporada de Euphoria donde Rue, interpretada por una Zendaya dañada y con la que es imposible no simpatizar, pierde el control de su cuerpo mientras atraviesa su casa dando tumbos de pared a pared e intenta abrazar a los miembros de su familia que parecen congelados en el tiempo.
Mientras suena «All for Us» de Labrinth, Rue (que podría haber sufrido una sobredosis, no lo sabemos) cae de espaldas en los brazos de una multitud de bailarines interpretativos que se tambalean. La coreografía nos reitera, una última vez, que Rue es una adolescente vulnerable, asustada, ansiosa, sin excusas y cruda.
Exactamente esa es la razón de ser de la serie de HBO.
Euphoria usa su plataforma para hablar de problemas reales; por ejemplo, en el penúltimo episodio vemos lo que fácilmente podría considerarse como la mejor representación de lo que es la depresión adolescente. Rue se encierra en su habitación, atiborrándose de episodios de Love Island mientras pasa por todos las emociones que parece no poder controlar; cosa que solo estimula más su desequilibrio.
En ese estado, un acto tan simple como ir al baño es completamente imposible. Es un estado que exige ser analizado y tratado con cuidado; algo que no pasa cuando sólo estás pendiente del próximo episodio.
El bingeo compulsivo implica que los personajes y sus historias llegan a nuestras vidas con la misma velocidad con la que salen. Pero en un show donde las acciones de sus personajes siguen resonando en tu cabeza no podría funcionar bajo los patrones de consumo de un atracón.
A lo largo de sus ocho semanas, Euphoria nos hizo encontrar conexiones con personajes con los que quizás nunca imaginamos tenerlas; personajes como Fez, que que durante los primeros capítulos se movían en la periferia, terminaron convertidos en favoritos del público. De cierta forma, el grupo de adolescentes de ese pueblito sin nombre pasaron de ser simples piezas de un mundo de ficción a parecerse a amigos y conocidos; están construidos para reflejar problemas que hemos visto, vivido o nos han tocado de cerca.
La belleza de este tipo de series es que, cuando terminan, nos dejan con una imagen certera de eso a lo que aspiran ser: Algo imperfecto pero valioso; con cicatrices y todo.